sábado, 24 de diciembre de 2011

Platos Rotos, 2.

Marco está en Costa Teguise. En la Playa Bastián. Bruno le ha obligado a ir, le llamó un rato después y ahora está allí. Sentado en una hamaca, hablando con Kevin, con una chuleta en la mano. Le ha dado un mordisco, sólo uno, no tiene hambre. Kevin le habla, le cuenta que hace un par de días conoció a una "piva" en la discoteca. Que estaba muy buena. Que tenía dos buenas tetas, de esas que ya no hay. Que se la llevó al baño y se la tiró. Que ella le dio su número. Que él lo tiró nada más salir del local. Y Kevin sigue hablando, pero él ni se inmuta. Sabe que es un machista y que trata a las chicas como objetos sexuales. Una parte de su mente tiene ganas de intentar que entre en razón, pero la otra parte está tan cansada que, simplemente, no hace nada. Se le queda mirando. Para entrar en acción se necesitan las dos partes de uno mismo, y Marco no puede. Ahora ni si quiera le escucha, su mente se concentra en Andrea. En sus ojos... Su pequeña nariz, sus rojos labios, que tanto desearía besar, su pelo castaño, largo, hasta el final de la espalda, y rizado, a donde quiera que mirara, siempre encontraba uno de sus rizos. Tan bonitos y perfectos, como ella. Siempre con el pelo suelto. Recuerda su cuello, fino y suave. Cuando la besaba, le hacía cosquillas. Y ella se reía. Qué sonrisa tan bonita. Lo que más le gustaba era oírla reír... Pero, cuando aquel día la oyó llorar, su corazón se rompió en mil pedazos. Junto con su alma. Y todo fue por...
-¿Y entonces qué? -Kevin interviene en sus pensamientos.
-¿Qué?
-Marco... ¿Me estabas escuchando?
-Eh... La verdad es que no, lo siento.
Kevin se ríe.
-Es igual, no importa.
-No, dime. ¿Qué me decías?
-Que si te apetecía venir conmigo y los chicos la nueva discoteca esa. Pero si vas a ignorarme como ahora, no te invito, ¿eh?
-Ja, ja. Tranquilo, me había quedado pensando. ¿Cuando van a ir?
-Este sábado.
-Ok, pues quedamos en tu casa, que es la que está más cerca, ¿no?
-Sí, sí. Sobre las 12 y media. No habrá nadie, mis padres se van de viaje, si quieres quédate a dormir.
-Vale.

Ya han pasado dos horas. Se despiden y cada una va a su casa. Andrea piensa por el camino que debería hablar algo con su madre, al menos, para que vea que todo está bien y no la ametralle a preguntas. Su padre es un poco más despistado, sabe que no se da cuenta de esas cosas, pero su madre es como si tuviese un radar experto en detectar miradas. Llega a casa.
-Hola, mamá. Hola, papá. -les sonríe.
-Hola -responden los dos.
Andrea se sienta en el sofá y empieza a hablar. Les cuenta cómo ha ido el día, sus últimas notas, ellos la felicitan y sonríen mientras ella cuenta las bromas con sus amigas y demás. Ellos no saben nada de Marco desde hace meses, no llama, no va a su casa... Se imaginan que algo ha pasado. Pero, en parte, no quieren entrometerse demasiado. Hurgar en las cicatrices no es bueno. Y si ella ha decidido que no quiere contarlo, sacárselo a la fuerza no es conveniente. Cuando esté mejor, le preguntaré sobre eso, piensa su madre.
Qué fácil es fingir, después de todo, el radar de mamá ya no es tan efectivo. Andrea ya ha subido, está en el baño. Se mira al espejo, ve su mirada cansada. Los ojos ligeramente hinchados y el pelo despeinado. Hace ya algo de tiempo que no se arregla como antes. Le da igual lo que piense la gente sobre su aspecto. Se quita la ropa para entrar en la ducha. Se mira el cuerpo. Está algo más gorda. No mucho, pero algo. Se ha estado descuidando, nada de deporte, nada de fruta ni verdura. El chocolate ha sido su mejor amigo los últimos meses. Bueno, el chocolate, el azúcar, las golosinas, las galletas, el helado... Hasta el helado, que todavía hace frío. Pero no importa, se gusta gorda, flaca, alta, baja, etc. No está de más cuidarse pero, ahora ya no tiene que depender de si a alguien le gusta o no cómo está físicamente. ¿Qué más da la belleza?

No hay comentarios:

Publicar un comentario