sábado, 3 de diciembre de 2011

Deseos, 2.

Él. Por fin ha terminado el capítulo del día. Cada día va a un lugar diferente y lee un capítulo de su libro. Le gusta cambiar un poco. Su casa es como si fuese una cueva. Desde que su madre se fue de viaje es como si ya nadie recogiese. Vivimos en un mundo machista. La mujer limpia. Que tópico más absurdo. Cierra el libro y mira a su alrededor. Aún sigue buscándola. Ha llegado la guagua. La guagua que cogía él antes. La que le llevaba a verla. La línea 7. Mira en su interior. La ve. ¿Cómo es posible? Y, ¿qué hago? Me voy, no quiero que pase como la última vez. La vi, no la saludé y encima le di la espalda. Sé que fui imbécil. Pero me hago más daño sabiendo que ella está bien y yo no. Prefiero estar ajeno a lo que haga, lo que me diga y como esté. Prefiero no saber. Se levanta y se va.

Ella llega a la estación de guaguas. Va a la biblioteca, tiene que estudiar para la PAU y en su casa nadie podría concentrarse. Sus padres gritan, se enfadan. Las peleas son la rutina y ya está cansada. Sus amigos se han ido todos. Ella era la más pequeña del grupo y todos se han ido a estudiar fuera. Ahora está casi sola. Pero prefiere estar sola y poder tener todo el tiempo del Mundo para aprobar, atender y no desconcentrarse con cualquier cosa. Estos últimos años han sido aburridos. Pero, ¿merece la pena haberse esforzado tanto? Al fin y al cabo, dentro de un par de meses acabará bachillerato y, después de verano, se irá a la universidad. Sí, merece la pena. Camina ensimismada, pensando en sus cosas y sin pararse a mirar nada, a nadie. Conoce el camino como la palma de su mano y, aunque le taparan los ojos, sabría ir a ciegas. Escucha un poco de música. Le gusta desconectar de la gente. Sus cascos no dejan oír nada más. Y, a veces, es mejor que no te des cuenta de lo que pasa.

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