domingo, 16 de junio de 2013

Warrior.

Era verano. La hierba crecía alta y la suave y cálida brisa hacía del pueblo un lugar más agradable. La gente estaba tranquila, aunque en invierno, aquel lugar resultaba frío e inhóspito, un pueblo fantasma. Estaba situado en un valle, donde los campesinos que lo habitaban cultivaban sus tierras pero, más arriba, se encontraba un espeso bosque muy sombrío siempre, que nadie solía cruzar, pues después ya no había nada más que frío seco hasta la cima, en donde había nieve en cualquier época del año. En el límite del bosque y el pueblo, había un viejo campanario. Era una torre alta y antigua, que estaba ahí desde mucho antes de que yo, mis padres o mis abuelos nacieran. La iglesia a la que pertenecía el campanario había caído hacía tiempo, pero sin embargo, el campanario seguía en pie. En lo alto de la torre había una pequeña ventana muy oscura. En aquella habitación, según la leyenda, vivía desde hacía más de mil años una bruja. Una bruja bellísima, no como las brujas de los cuentos. Ella podía vivir eternamente pero, su juventud no permanecía para siempre. Cada 29 de Febrero, bajaba de su torre y raptaba a una niña. Utilizaba su sangre para hacer el conjuro y mantenerse joven, según contaban los más viejos. Los cuerpos de las niñas nunca eran encontrados. La gente del pueblo vivía asustada, pero no se atrevía a hacer nada, tan sólo velaban por que su hija no fuera elegida. Si ocurría, se limitaban a llorarla. Y, a pesar del miedo y la tristeza que invadía los hogares, poca gente decidía marcharse de allí. Algo les ataba. Eran sus casas, sus tierras, ¿cómo iban a abandonarlo todo? 
El día en el que fui elegida, tenía 13 años. Y no era 29 de Febrero.
Aquel día me encontraba trabajando en la huerta de mi familia, justo al lado, empezaba el bosque, que siempre me había fascinado. A veces, me escapaba y me adentraba en él. Nunca iba sola, siempre me acompañaba mi vecino Sam, aunque él era un miedica y de haber ocurrido algo, habría sido yo quien le protegiera. Esa tarde, mis padres habían salido a comprar semillas y algo de ganado al mercado del pueblo vecino. Escuché un ruido y una sombra se movió entre los árboles. Nunca me había gustado trabajar sola porque solía sentir unos ojos que se clavaban en mi nuca y me ponían muy incómoda. Aquella tarde, se me ocurrió la estúpida idea de entrar en el bosque para echar un vistazo. "Sólo unos pasos", decía para mis adentros. Entre los arbustos no había nada, pero volví a escuchar un ruido a unos pocos metros de mí. Seguí hacia adelante y, sin darme cuenta, ya había dejado de ver la huerta. Eché una mirada alrededor, dispuesta a volver cuando de pronto un gato negro de ojos amarillos, grandes y profundos se acercó a mí. Suspiré aliviada. ¡Era sólo un gato! Me agaché para acariciarle, pero él estaba inquieto y parecía querer irse. Me dio un escalofrío, me levanté y me dispuse a volver. Ya estaba comenzando a atardecer, el cielo se estaba poniendo rojo y sabía que si me alejaba más, me perdería. Volví a escuchar un ruido muy cerca, a mis espaldas. Me di la vuelta, y en cuanto lo hice, una mano me tapó la boca y me apretó mucho en el cuello hasta que perdí el conocimiento.
Cuando desperté, no sabía dónde estaba. Pude ver que era una habitación con una pequeña ventana, pero ya era de noche y estaba todo muy oscuro. No había puerta, tan sólo una trampilla, cerca de mí. La habitación estaba iluminada con unas velas que le daban un aspecto de lo más tétrico, pues aún así, seguía sin poder verse muy bien. En seguida mis ojos comenzaron a acostumbrarse a la poca luz y me di cuenta de que había una mujer de espaldas a mí revolviendo algunos cajones, buscando algo.
Una sensación de pánico me recorrió el cuerpo, quise escapar, pero estaba atada a una silla, clavada a la pared de piedra y al suelo. Traté de gritar, pero tenía la boca tapada con un trapo. Forcejeé todo lo que pude y entonces fue cuando la mujer me escuchó y dio media vuelta, con una sonrisa en la cara.
-Por fin has despertado -dijo.
Estaba aterrorizada, no había visto a aquella señora en mi vida. Tenía el pelo oscuro, recogido en un moño, en el que llevaba colocado un velo bastante tupido, que no dejaba vérsele la cara. Sus ropas eran harapientas y sucias, andaba agachada y usaba bastón.
-¿No te gusta este sitio? -me preguntó. Negué con la cabeza, llorando.
-Que pena... A mí me gusta la tranquilidad que hay aquí. Y lo mejor es que puedes ver y oír lo que pasa ahí abajo, pero nadie sabe lo que ocurre aquí arriba.
Entonces caí en la cuenta de que estábamos en el campanario y traté de pensar en la manera de escapar. Ella se quedó varios segundos en silencio, mirándome de arriba abajo.
-Te he estado observando desde hace años, -volvió a registrar algunos cajones- ibas a ser la próxima. En Febrero, cuando ya hubieras cumplido 14, pero no pude esperar más. Como puedes ver, cuanto más tiempo pasa, más rápido envejezco. Con la última me quedé con poco más de veinte años y ahora, tan sólo cuatro años después, ya aparento más de ochenta.
Me quedé quieta, casi sin respirar, la miraba fijamente, con un dolor en el pecho que me hacía querer gritar y salir de allí cuanto antes, aunque fuera tirándome por la ventana, no quería saber lo que me haría aquella mujer.
-¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? Tranquila, no te dolerá, te desmayarás en cuanto veas la sangre -rió.
Sacó un cuchillo de uno de los cajones.
-¡Aquí está, por fin! Pensé que lo había perdido. -lo empuñó con fuerza- ¿Empezamos?
Traté de gritar lo más alto que pude y ella soltó de nuevo una carcajada mientras preparaba unos cuencos de madera sobre la misma mesa.
Entonces fue cuando me di cuenta de que la silla tenía una tacha salida y traté de cortar las cuerdas con ella, no lo conseguí del todo, pero lo suficiente como para poder soltarlas un poco y sacar las manos.
Entonces, ella se me acercó con el cuchillo en la mano y me agarró con fuerza el cuello.
Su cara y mi cara estaban ahora muy cerca, y pude ver que tenía muchísimas arrugas y los ojos muy claros, azules, casi grises, profundos, pero muy tristes en el fondo, aunque lo más que reflejaban era demencia. Parecía que había sido muy bella hacía ya muchos años, pero el tiempo y los asesinatos que había llevado a cabo, la habían hecho fea por dentro y por fuera.
No sé de dónde saqué la fuerza y el coraje para escapar de sus manos, pero le di un cabezazo que la dejó aturdida, me soltó el cuello y le asesté un puñetazo en la barriga.
-¡Niñata estúpida! -gritó, apoyándose en su bastón, tosiendo desproporcionadamente hasta que escupió sangre.
Yo ya tenía las manos libres, estaba agachada soltándome los nudos de las cuerdas de mis pies y ya me había quitado el trapo que me tapaba la boca. Conseguí desatarme un pie, pero ella se acercó rápidamente con la intención de clavarme el cuchillo. Yo le di una patada con el pie que tenía libre a la mano que sostenía el cuchillo, las dos lo seguimos con la mirada hasta que cayó cerca de la ventana. Ella se dio media vuelta y yo conseguí desatarme el otro pie, pero en cuanto me dispuse a levantarme, ella ya estaba sobre mí y me amenazaba con el cuchillo en el cuello.
-¿Qué crees que estás haciendo? -dijo con una respiración muy fuerte- No vas a escapar de aquí jamás.
Me clavó la punta del cuchillo en el cuello y yo grité con todas mis fuerzas. Ella estaba sentada sobre mi regazo, para evitar que moviera las piernas y tenía mis dos manos agarradas con fuerza con tan sólo una de las suyas, que eran sorprendentemente grandes. Creí que iba a morir, pero conseguí soltarme y la agarré del pelo, tirando de ella hacia atrás. Ella me soltó completamente y le quité el cuchillo, temblorosa. Tenía mucho miedo, pero le di una patada en el pecho sin escrúpulos. Ella dio varios pasos hacia atrás en dirección a la ventana, tropezó y cayó. Yo solté el cuchillo y corrí a mirar, pero ya estaba en el suelo. Bajé por la trampilla, que daba a unas escaleras de caracol muy largas y estrechas hasta una puerta, la abrí: era otra habitación con unas escaleras de madera y otra trampilla, esta vez en el techo, que daba al exterior. Era por eso, que nadie había encontrado nunca una entrada a la torre.
Ya era muy tarde y las luces de todas las casas estaban apagadas. Salí corriendo a la mía. Era la única que tenía las luces encendidas, abrí la puerta y me encerré dentro. Mis padres estaban sentados en la mesa, les vi y les abracé con todas mis fuerzas, llorando. Mi padre despertó a todos los vecinos, que fueron hacia el campanario y encontraron la trampilla, pero la anciana había desaparecido. La abrieron y entraron en la torre, pero no había nadie. Días después, encontraron su cuerpo en el bosque.

Nunca más volvieron a desaparecer niñas en aquel pueblo.