jueves, 14 de marzo de 2013

Confusión

Al día siguiente, Marta fue a hacer la compra al supermercado, como siempre le tocaba ir los miércoles. Hacía mucho frío, viento y encima, llovía, es más, se había hecho ya de noche, a pesar de que sólo fueran las 6 y media de la tarde. Así que se puso su enorme abrigo, cogió el paraguas y la bufanda y salió a la calle. No quería hacerlo, porque en realidad no faltaba nada imprescindible, pero Héctor necesitaba sus cervezas, no podía vivir sin ellas, había dicho. Hasta le había gritado por no haberlas comprado antes y se había encerrado en la habitación. Cuando en realidad, llevaban varios días en alerta y se aconsejaba que no salieran a la calle más que para algo muy necesario. Al salir, un viento frío, congelado, le golpeó la cara y algunas chispas de lluvia le mojaron el pelo, estaba a punto de caer una buena. En la calle no había nadie, pero no le pareció raro, ¿quién iba a salir en aquellas circunstancias? Caminaba rápido, tenía un poco de miedo... Son los días así, en los que no hay nadie en la calle cuando te pueden pasar cosas indeseables. ¿Y si había alguien esperándola en vete a saber qué esquina y la secuestraba? «Deja de pensar esas cosas, Marta, no te va a pasar nada». A mitad del camino, comenzó a llover muy fuerte y estaba mojándose de arriba abajo, a pesar de que llevaba paraguas, de cintura para abajo estaba empapada, el viento hacía que la lluvia se le metiera hasta en las orejas. De pronto, una ráfaga de viento se intentó llevar su paraguas, Marta lo agarró con fuerza, pero acabó escapándose y, como vio que estaba cerca de un puente, prefirió correr a resguardarse bajo él (el paraguas no merecía la pena) y esperar a que escampara un poco, si no lo hacía, volvería a casa aunque no tuviera las malditas cervezas. Estaba tiritando de frío y, además, aquel puente la inquietaba... Era muy siniestro, tenía goteras por todas partes y había muchísimos charcos. Era uno de esos puentes antiguos, de piedra. Una piedra oscura, pero brillante, porque estaba mojada y la luz tenue de las lejanas farolas se reflejaba en ella. Las paredes estaban llenas de mugre, hacía años que nadie limpiaba aquello. Había basura en todos los rincones y muchos papeles que de vez en cuando, el viento entraba y los levantaba, haciendo un ruido que la asustó un par de veces y le puso la piel de gallina. Marta no recordaba haber visto ese puente antes. Es más, al estar pensando en cosas sin sentido, no sabía cómo demonios había acabado llegando allí. Una sensación de miedo de no poder volver a casa, se apoderó de ella, y el pánico comenzó a nublarle la vista. O... Un momento, ¿eso es niebla? La lluvia había comenzado a cesar, pero el viento ahora soplaba más fuerte y parecía que había traído consigo una niebla espantosa que no la dejaba ver más allá de su mano. No sabía si salir de ahí o quedarse un poco más. Si salía y descubría que estaba perdida, no sabría cómo volver a casa y quizás, ni siquiera sabría cómo volver al puente. «Este viento tan fuerte se llevará la niebla tan rápido como la ha traído, espero», pensaba. Al cabo de unos minutos, vio una silueta que se acercaba corriendo hacia ella. Parecía la de un hombre, por su complexión, vestido de negro y sujetándose un sombrero, también de color oscuro, que le tapaba la cara. Marta no sabía si salir corriendo de ahí o confiar en que aquel hombre no fuera algún loco de esos que violan a las mujeres. Quería irse, huir como si no hubiera mañana, pero algo o alguien, le paró las piernas. No obedecían a sus órdenes, se puso nerviosa, qué digo, se le dispararon los nervios. «¡Maldita sea! ¿Qué me está pasando?» Cuando vio que el hombre estaba a punto de entrar bajo el puente, intentó aparentar que estaba calmada y que no le asustaba, pero seguía sin poder mover las piernas. Aquel hombre llegó hasta donde estaba ella, se quitó el sombrero y le sacudió el agua. Parecía un hombre afable, algo mayor, pero no demasiado, sobre los 60 años, con muchas arrugas y cara de preocupación. Su cabello era blanco, aunque aún le quedaba un tono gris y llevaba puesta una sotana. Él la miró, tenía los ojos grises, cansados, pero muy profundos. Parecía que podía ver dentro de ella. En ese momento, sus pensamientos comenzaron a aturdirla. Como si se hubiera metido dentro de su cabeza, con aquella mirada, como si pudiera ver sus recuerdos, sus experiencias e incluso lo que estaba pensando en aquel momento. Se volvió a poner el sombrero y ahora parecía que la examinaba, estuvo unos 15 segundos mirándola sin parpadear. Daba la impresión de que la conocía de algo. Era como si estuviera decidiéndose a hablarle o...
-Tu hijo... -susurró.
-¿Qué? -las piernas de Marta volvían a estar en una tensión incontrolada, como si fueran sujetas por una fuerza sobrenatural.
-El hijo que llevas. No es suyo.
-Disculpe, pero no entiendo lo que... -Marta tenía los ojos abiertos como platos. ¿Cómo sabía aquel hombre que ella estaba embarazada?
-Ese niño... No debes tenerlo. No es hijo de Héctor. -Lo decía muy serio, hasta estuvo a punto de creérselo. Con aquellos ojos... ¿Quién no le creería? Dejó de mirarla a ella, para mirar más allá, como si hubiera visto a alguien a su espalda y a esa persona, le asintió. Marta se dio la vuelta, pero allí no había nadie más que ellos dos. No sabía qué hacer, estaba paralizada y no sólo físicamente.
-¿Qu-Quien... Quién demonios es usted? -gritó.
-Escúchame, no tengo mucho tiempo. El hijo que llevas en tu vientre, es el próximo Anticristo. Debes abortar, debes matar a ese niño o él te matará a ti. Y si no lo hace él, lo hará Dios antes de que nazca y te matará a ti con él. No es tu hijo, ni es el de Héctor, es el hijo del Diablo, venido del infierno para destruir todo cuanto pueda. Créeme, porque si confías en mí y tienes fe en Dios, harás lo que te digo y seguirás tu vida normal. Si no lo haces, se torcerá hasta la muerte. Y no sólo morirás tú, morirá Héctor y cualquier persona que le cuide y no sea controlada por Satán. Estáis en medio de una guerra, una guerra que está por encima de todos vosotros, no hagáis que esto crezca aún más, podéis pararlo.
Rápidamente, se puso el sombrero y se fue. La fuerza que sujetaba sus piernas desapareció también. Ya había dejado de llover y la niebla comenzaba a irse, pero el cielo aún era oscuro y estaba lleno de nubes que albergaban una probable lluvia.

sábado, 9 de marzo de 2013

Amiga.

Porque tienes razón, es lo mismo de siempre. Siempre. Porque nosotras llevamos siendo amigas mucho tiempo. Y yo soportaba tus malos días, en los que tratabas a los demás como te daba la gana, sin importar sus sentimientos. Soportaba tus paranoias. Soportaba tus penas y te cedía mi hombro si necesitabas llorar, y te cedía mis brazos sin necesitabas calor. Porque te quería y eras una de esas personas que son como tu familia. Como una hermana. Que por muchas putadas que te haga, vas a seguir queriéndola igual. Pero es que... Empezaste a cambiar. No ahora, no hace una semana, no hace un mes. Hace más de un año. No se cambia de un día para otro, por eso no me di cuenta. Pero fue decisión tuya cambiar. Antes no eras así. Eras una chica modesta, humilde, simpática, amable, tierna, inteligente, curiosa, interesante... Eras de esas personas que te caen genial cuando las conoces bien. Pero eras un poco antisocial. No porque tú quisieras, si no porque las circunstancias te habían llevado a ser así. Eras muy buena, ¿sabes? Pero ahora, en lugar de ser interesante, eres una interesada, eres egocéntrica, hipócrita, celosa, entrometida... Y bueno, seguirás siendo simpática, pero sólo con quien te interesa. Así pues, empezaste a cambiar. Y creo que fue porque comenzaste a tener más amigos y dejaste de valorarme como lo hacías cuando sólo estaba yo. En una persona normal, eso no habría influido. No digo que sólo debas tener un amigo, digo que si alguien lo da todo por ti, lo mínimo que puedes hacer es darle las gracias y a ser posible, devolvérselo. Al principio nos iba bien. Pero comenzamos a tener peleas. La primera duró meses, cuyas causas ni si quiera recuerdo. Luego, nos reconciliamos como si no hubiera pasado nada. Aquello me recordó al colegio. Cuando el viernes te enfadabas con tu amiga a muerte por una tontería y te prometías a ti misma no volver a dirigirle la palabra y el lunes volvías a ser su amiga de siempre. Yo creía que se había a acabado, pero a partir de ahí, hubieron problemas uno detrás de otro. Cada poco tiempo, te enfadabas conmigo por una cosa diferente. Y yo soportaba eso porque eras mi amiga. Me habías dado mucho y los buenos momentos superaban en número y calidad a los malos.
Ahora me doy cuenta de cómo eres: No aprecias las cosas buenas de la vida. Buscas... Una especie de constante éxtasis. O un éxtasis infinito. Quiero decir... Por ejemplo: Piensa en esa sensación de conocer gente nueva y que te caigan genial, estar siempre riéndote y echarles de menos pocas horas después de que se vayan. ¡Esa es una de las mejores sensaciones! Pero con el paso del tiempo, ni tú ni yo sentíamos eso. Y es normal. Porque lo mejor de la vida son los momentos en los que eres feliz. Tú y yo teníamos pocos, pero inolvidables. Ya no te acordabas de ellos y sigues sin acordarte. Pero piensa: Si fueras siempre siempre feliz, ya no serías feliz. Porque buscarías más. El ser humano es insaciable.
Es como el verano, si estuviéramos siempre en verano, sería aburrido. Porque ya no lo valoras. Pero después empiezan las clases y lo echas de menos.
Para ti aún no han empezado las clases, porque estás de vacaciones en vacaciones. Pero algún día te toparás con el trabajo y echarás de menos el verano. El problema es que si esperas mucho, es posible que desaparezca.

Hay mujeres

Hay mujeres que me gustan para quererlas 
otras me gustan para follar 
y viajar a París por unas horas entre sus piernas 
otras me gustan para hablar de sentimientos o de ropa 
otras para verlas reír 
otras para abrazarlas 
otras para que me escuchen 
otras para contarnos cosas grandes.
Pero tú, amor, 
tú me gustas para todo.

- Marwan