Al día siguiente, Marta fue a hacer la compra al
supermercado, como siempre le tocaba ir los miércoles. Hacía mucho frío, viento
y encima, llovía, es más, se había hecho ya de noche, a pesar de que sólo
fueran las 6 y media de la tarde. Así que se puso su enorme abrigo, cogió el
paraguas y la bufanda y salió a la calle. No quería hacerlo, porque en realidad
no faltaba nada imprescindible, pero Héctor necesitaba sus cervezas, no podía
vivir sin ellas, había dicho. Hasta le había gritado por no haberlas comprado
antes y se había encerrado en la habitación. Cuando en realidad, llevaban
varios días en alerta y se aconsejaba que no salieran a la calle más que para
algo muy necesario. Al salir, un viento frío, congelado, le golpeó la cara y
algunas chispas de lluvia le mojaron el pelo, estaba a punto de caer una buena.
En la calle no había nadie, pero no le pareció raro, ¿quién iba a salir en
aquellas circunstancias? Caminaba rápido, tenía un poco de miedo... Son los
días así, en los que no hay nadie en la calle cuando te pueden pasar cosas
indeseables. ¿Y si había alguien esperándola en vete a saber qué esquina y la
secuestraba? «Deja de pensar esas cosas, Marta, no te va a pasar nada». A mitad
del camino, comenzó a llover muy fuerte y estaba mojándose de arriba abajo, a
pesar de que llevaba paraguas, de cintura para abajo estaba empapada, el viento
hacía que la lluvia se le metiera hasta en las orejas. De pronto, una ráfaga de
viento se intentó llevar su paraguas, Marta lo agarró con fuerza, pero acabó
escapándose y, como vio que estaba cerca de un puente, prefirió correr a
resguardarse bajo él (el paraguas no merecía la pena) y esperar a que escampara
un poco, si no lo hacía, volvería a casa aunque no tuviera las malditas
cervezas. Estaba tiritando de frío y, además, aquel puente la inquietaba... Era
muy siniestro, tenía goteras por todas partes y había muchísimos charcos. Era
uno de esos puentes antiguos, de piedra. Una piedra oscura, pero brillante,
porque estaba mojada y la luz tenue de las lejanas farolas se reflejaba en
ella. Las paredes estaban llenas de mugre, hacía años que nadie limpiaba
aquello. Había basura en todos los rincones y muchos papeles que de vez en
cuando, el viento entraba y los levantaba, haciendo un ruido que la asustó un
par de veces y le puso la piel de gallina. Marta no recordaba haber visto ese
puente antes. Es más, al estar pensando en cosas sin sentido, no sabía cómo
demonios había acabado llegando allí. Una sensación de miedo de no poder volver
a casa, se apoderó de ella, y el pánico comenzó a nublarle la vista. O... Un
momento, ¿eso es niebla? La lluvia había comenzado a cesar, pero el viento
ahora soplaba más fuerte y parecía que había traído consigo una niebla
espantosa que no la dejaba ver más allá de su mano. No sabía si salir de ahí o
quedarse un poco más. Si salía y descubría que estaba perdida, no sabría cómo
volver a casa y quizás, ni siquiera sabría cómo volver al puente. «Este viento
tan fuerte se llevará la niebla tan rápido como la ha traído, espero», pensaba.
Al cabo de unos minutos, vio una silueta que se acercaba corriendo hacia ella.
Parecía la de un hombre, por su complexión, vestido de negro y sujetándose un
sombrero, también de color oscuro, que le tapaba la cara. Marta no sabía si
salir corriendo de ahí o confiar en que aquel hombre no fuera algún loco de
esos que violan a las mujeres. Quería irse, huir como si no hubiera mañana,
pero algo o alguien, le paró las piernas. No obedecían a sus órdenes, se puso
nerviosa, qué digo, se le dispararon los nervios. «¡Maldita sea! ¿Qué me está
pasando?» Cuando vio que el hombre estaba a punto de entrar bajo el puente,
intentó aparentar que estaba calmada y que no le asustaba, pero seguía sin
poder mover las piernas. Aquel hombre llegó hasta donde estaba ella, se quitó
el sombrero y le sacudió el agua. Parecía un hombre afable, algo mayor, pero no
demasiado, sobre los 60 años, con muchas arrugas y cara de preocupación. Su
cabello era blanco, aunque aún le quedaba un tono gris y llevaba puesta una
sotana. Él la miró, tenía los ojos grises, cansados, pero muy profundos.
Parecía que podía ver dentro de ella. En ese momento, sus pensamientos
comenzaron a aturdirla. Como si se hubiera metido dentro de su cabeza, con
aquella mirada, como si pudiera ver sus recuerdos, sus experiencias e incluso
lo que estaba pensando en aquel momento. Se volvió a poner el sombrero y ahora
parecía que la examinaba, estuvo unos 15 segundos mirándola sin parpadear. Daba
la impresión de que la conocía de algo. Era como si estuviera decidiéndose a
hablarle o...
-Tu hijo... -susurró.
-¿Qué? -las piernas de Marta volvían a estar en una tensión
incontrolada, como si fueran sujetas por una fuerza sobrenatural.
-El hijo que llevas. No es suyo.
-Disculpe, pero no entiendo lo que... -Marta tenía los ojos
abiertos como platos. ¿Cómo sabía aquel hombre que ella estaba embarazada?
-Ese niño... No debes tenerlo. No es hijo de Héctor. -Lo
decía muy serio, hasta estuvo a punto de creérselo. Con aquellos ojos... ¿Quién
no le creería? Dejó de mirarla a ella, para mirar más allá, como si hubiera
visto a alguien a su espalda y a esa persona, le asintió. Marta se dio la
vuelta, pero allí no había nadie más que ellos dos. No sabía qué hacer, estaba
paralizada y no sólo físicamente.
-¿Qu-Quien... Quién demonios es usted? -gritó.
-Escúchame, no tengo mucho tiempo. El hijo que llevas en tu
vientre, es el próximo Anticristo. Debes abortar, debes matar a ese niño o él
te matará a ti. Y si no lo hace él, lo hará Dios antes de que nazca y te matará
a ti con él. No es tu hijo, ni es el de Héctor, es el hijo del Diablo, venido
del infierno para destruir todo cuanto pueda. Créeme, porque si confías en mí y
tienes fe en Dios, harás lo que te digo y seguirás tu vida normal. Si no lo
haces, se torcerá hasta la muerte. Y no sólo morirás tú, morirá Héctor y
cualquier persona que le cuide y no sea controlada por Satán. Estáis en medio
de una guerra, una guerra que está por encima de todos vosotros, no hagáis que
esto crezca aún más, podéis pararlo.
Rápidamente, se puso el sombrero y se fue. La fuerza que
sujetaba sus piernas desapareció también. Ya había dejado de llover y la niebla
comenzaba a irse, pero el cielo aún era oscuro y estaba lleno de nubes que
albergaban una probable lluvia.
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