domingo, 18 de diciembre de 2011

Deseos, 5.

Vicky está un poco avergonzada. Sus mejillas están algo sonrojadas y mira hacia el suelo con aire asustado. Marco está asombrado. Sólo asombrado. No sabe qué pensar, no sabe qué decir.
-Pero, tranquilo... Ya no siento lo mismo.
Marco exhala un suspiro de alivio. Le ha quitado un gran peso de encima. No porque no la quiera, es más, la quiere muchísimo, pero no de esa forma. Y se sentiría muy mal sólo por no poder serle correspondida.
-¿Por qué no me lo dijiste?
-Porque hace dos años tú y yo éramos muy buenos amigos y muy pequeños como para empezar una relación. Y ya sabes que a estas edades, no se puede empezar nada. Cambiamos constantemente de personalidad, hasta encontrar la nuestra. La que nos va como un guante. Y si cambiamos tanto siendo pareja, es posible que rompamos por diferentes opiniones o por peleas rutinarias... Y yo no quería perder lo nuestro. Prefería tener tu amistad y guardarme el amor, antes que perderlo todo. Además, no mucho después tú empezaste con Andrea... Y me hacía daño verles juntos. Así que, por eso me alejé de ti. ¡Y lo siento por ser tan débil! Pero me dolía el corazón.
Marco la abraza.
-Lo siento mucho.
-No pasa nada, Marco. No es culpa tuya, ni mía. No es de nadie.
Se despiden. Marco debe irse a casa y Vicky, hacer deberes.
Aunque debería sentarse delante de los libros, necesita relajarse. Enciende la tele, de nuevo y elige otra película: Malditos Bastardos de Quentin Tarantino. Necesita reírse un poco. Y le encanta ese director.
Marco llega a casa, suelta las llaves, se tira en el sofá y se cubre la cara con las manos. Oscuridad. Tranquilidad. No hay nadie en casa. Se sienta. Enciende la tele.
Malditos Bastardos. ¿Cómo se llamaba el director? Tenía un nombre raro...

Ella. Está sentada en la arena de la playa. La marea está vacía y la arena un poco mojada. Una puesta de sol como ninguna. Él está a su lado. En bañador. No hace frío. Un aire cálido roza sus mejillas. Levanta su pelo, que baila junto a la brisa.
Él la mira. La besa. Suave, como siempre. Sin prisas. Ella se separa y le mira a los ojos, que están a tres centímetros de los suyos.
-Te quiero.
-Yo también.
Le gusta oírlo. Lo dice sincero, sin preámbulos. Y la vuelve a besar. Sus lenguas se tocan, más bien, se rozan. Y el sol baja, lentamente. Observando la escena. Y las olas rompen, dulcemente. Con un sonido mudo, que no quiere estropear el momento.
Entonces aparece una cebra al lado de ellos. ¡Y habla!
-Hola, ¿qué hay?
Andrea se despierta.
Otra vez ese sueño. ¿Y qué pinta esa estúpida cebra? Bueno, Andrea, ya sabes que los sueños siempre son un poco raros. Aparecen cosas sin sentido... Igual que todos los que has tenido. Sí, pero, ¿es normal soñar siempre con lo mismo? No creo. Seguro que me he dormido pensando en él. Le echo tanto de menos. Y hace ya tanto que no hablamos, tanto que no sé de él. Tengo vagos recuerdos de cómo era. Quizá estos sueños sean mis deseos camuflados. Y ojalá que se hagan realidad.

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