lunes, 9 de enero de 2012

Platos Rotos, 4.

Noche. Noche de locura. Noche de diversión. Noche reluciente. Noche cerrada. 3:42.
Marco está un poco ido. Al igual que los otros chicos. Tienen claro dónde están, qué hacen y a dónde van, pero no lo suficiente. Están aún en casa de Kevin, pero se disponen a salir. Dejan todo lo innecesario y se van.
Cuatro pasos y la discoteca reluce ante sus ojos. Un par de luces parpadeando y ni si quiera pueden leer el nombre. Dan las entradas y a cambio reciben un sello en la muñeca. Más luces. Aunque ahora está todo más oscuro y el contraste es mayor. La gente está bailando y la música tiene buen ritmo.
Los chicos se acercan a la barra y le piden algo a la camarera. Las copas son muy caras y el ron es malo, pero no importa. Hoy es noche de beber. Marco cada vez está peor, aunque por dentro se sienta peor. Deciden no tomar más copas, que ésta es la última y que no la apuren. Es lo conveniente si no quieren armar un escándalo y que los echen por vomitar en los pies de alguien. Marco se lo bebe de golpe.
-¿Eres gilipollas? -Bruno está inquieto.
-¡Qué dices, tío!
-Si la cagas y te sacan a patadas, yo no te conozco.
Pablo, Fran, Tony y Kevin le miran. No hace falta que digan “yo tampoco”. Marco se da la vuelta. Que asco de gente, piensa. Hay una chica delante de él, de espaldas, hablando con su amiga. La mira de arriba abajo. Pelo largo hasta la cintura, liso y parece negro. Camiseta ajustada, unas curvas perfectas. Más abajo, un pantalón corto, resaltando aún más sus curvas. Medias transparentes y taconazos. Esto ya me lo conozco yo, piensa. Se acerca a su oído y le susurra unas palabras. Jessica se da la vuelta. Le sonríe.
-¡Me asustaste!
-Es lo que pretendía, preciosa.
-¿Cuánto has bebido? -no está normal.
-Nada, estoy sobrio.
-Sí, ya...
Marco se acerca a su boca y la besa.

Andrea está en casa de Marta.
-He quedado con las chicas en la entrada a las dos y media. -aclara Marta.
-Vale, pero como no te des prisa en arreglarte no llegaremos, ¿eh?
-Tú tranquila, que llegar, llegaremos.
-¡Todavía queda que me prepare yo!
-¡Ya estoy, pesada! ¡Quería terminar yo y ahora empezar contigo! Hay mucho por hacer.
Se dirigen al enorme armario.
-Haz los honores, cariño.
Andrea abre las puertas del armario y mira perpleja toda la ropa que Marta tiene dentro.
-Elige algo, ¿no?
-Ya voy.
Mete las narices entre vestidos, camisas, blusones y pantalones de todo tipo.
-Déjame, anda. Ya lo hago yo por ti.
Están sobre media hora eligiendo y probando. Al final, se deciden por unos pantalones cortos y una camiseta bastante ajustada. Aunque no le convence mucho, Marta insiste tanto, que le da la razón sólo para que se calle. La maquilla un poco, le plancha el pelo y ya está. Perfecta. Comen algo y salen de casa. La discoteca está un poco lejos y hay que caminar, pero no importa, ninguna lleva tacones. En la entrada hay un par de grupos de chicas y chicos. Uno de ellos, casi el que menos destaca, son las amigas de Marta. Se acercan y empiezan a hablar de sus cosas, no hay quién las entienda o se entere un poco.
-¡Venga, entremos!
Dan las entradas y reciben el mismo sello en la muñeca.
Nada más entrar todo el grupo de chicas con el que estaban se dispersa y Marta y Andrea se quedan solas de nuevo.
-¿Ves por qué quería que vinieras? Se van y me dejan sola... ¡Siempre!
-Pobrecita, mi niña... ¡Pues aquí estoy yo para salvarte de la soledad!
-¡Mi heroína!
-Lo sé, soy tu droga.
Y se marcha airosa cogiéndola por la mano y llevándola al centro de todo. Donde está abarrotado. Donde bailas dando codazos. Donde te empujan y te pisan los pies. Donde más divertido se está.
Al cabo de un rato Marta pide tiempo muerto. Se acerca a su oído y le grita que vayan a la barra a pedir una Coca-Cola.
-¿Qué?
-¡Coca-cola! -le señala la barra.
-¡Vale, vale!
Esta vez es Marta quien coge a Andrea de la mano y la arrastra a través de toda la gente. En la barra hay un grupo de chicos, parejas y alguno que otro solo.
-Una Coca-Cola, por favor.
-¡Y una botella de agua!
Marta la mira extrañada.
-La Coca-Cola engorda.
-Bueno, da igual. Tía, mira a esos dos dándose el lote.
-De verdad, aquí la gente no viene a bailar viene a...
Ese pelo. Esa camisa. Esas manos. Y su cara. Atada a la de esa chica por un lazo.
-Ese es... Marco.
Marta se da cuenta, sabe que la acaba de cagar. Mira a Andrea y vuelve a mirarlos a ellos.
-Lo siento...
-No, tranquila. No es culpa tuya.
Andrea reconoce a Jessica. La chica que siempre tonteaba con él, que siempre le buscaba y le mandaba indirectas. A la que ella le tenía tanto coraje. Marco y Jessica se despegan, rompiendo el lazo que los unía. Ella le sonríe y le dice algo. Y él se ríe, pero se tambalea un poco. Está borracho. Jessica se va y Marco se apoya en la barra. Andrea no le ha quitado la mirada de encima. Y, es entonces, cuando él se da cuenta. Se le ha apagado la sonrisita que tenía en la cara. Y ahora la mira muy serio. Ella está a punto de llorar. Se dispone a acercarse a él, pero Marta le coge la mano. Ella se da la vuelta y le dice que no pasa nada, que se quede ahí. Camina tímidamente. Aún no han dejado de mirarse. Ella, con lágrimas en medio de los dos. Ya están uno delante del otro.
-Qué haces aquí... -Marco rompe el hielo, aunque en mala dirección.
-No creo que lo mismo a lo que tú viniste.
Marco baja la cabeza avergonzado.
Ella sigue mirándolo.
-No me puedo creer que después de tanto “Te quiero”, tanto “no me dejes” y tanto “te esperaré siempre” hagas esto. Y encima apestas a alcohol.
-Si me dejaste sería porque no me querías, ¿no?
-No. Te dejé porque te habías vuelto un capullo. Y veo que no me he equivocado.
-Andrea, necesitaba olvidarte...
Ella se ríe al oír tal estupidez.
-Ya, ya... Yo también. A ti. No al chico del que me enamoré. A ese no pienso olvidarle jamás.
Marco vuelve a bajar la mirada, al suelo. Sonríe. Se da cuenta de que Jessica y Andrea llevan la misma ropa puesta. A Andrea le queda mucho mejor.
Por supuesto, ella odia los tacones, lleva sus Converse, tan cómodas y elegantes a la vez. Elegantes sólo porque las lleva ella.
-¿Y ahora de qué te ríes?
-Nada, nada…
Andrea suspira.
-Bueno, yo no tengo nada más que decir. Sólo que muchas gracias por aclarar mis dudas sobre si eras o no un capullo y que te deseo lo mejor, enserio.
-Siento haberme comportado así...
-Ahora ya no vale. -Andrea le sonríe. Satisfecha de sus decisiones. Vuelve a donde está Marta y la coge del brazo.
-Vámonos, por favor.
-¿Y las chicas?
-¡Da igual!

No hay comentarios:

Publicar un comentario